pensé que estaba recuperada.
que, después de dos años de no tener ningún ataque, mi inconciente había madurado, yo había sanado, la locura había pasado.
siempre me molesto la gente que se define como "un poco loca". esa gente que le da a la locura una connotación positiva. como si fuese algo "simpático", "copado", "flashero". pasate una semanita en el borda y el romero, pelotudo/a, y después me contás.
la locura, no lo digo yo, lo decía foucault, fue otra de las formas de la imposición de la racionalidad moderna. junto con las cárceles, aparecieron los loqueros, maravillas de la modernidad. si no te adaptabas a ciertos standares o formas de rigurosidad mental, te encerraban. porque la modernidad no es mas que eso, creo. hacernos ciudadanos cada vez menos libres, mas miedosos, menos expansivos. vivimos con miedo, encerramos lo diferente, nos abroquelamos en nuestras casas, construimos nuestro mundo alrededor de paredes.
la locura, a mi al menos, siempre me consignó un terrible pavor, por un lado, y una enorme tristeza, por otro.
mi mamá era el ser mas racional del universo. siempre le tuvo terror a la locura. hasta el final controló sus facultades mentales. solo recuerdo dos momentos, dos raptos de desvíos pulsionales, los cual, por suerte, sufrí. solo dos veces vi a mi mamá desbordada. mi mamá, que era médica oncóloga, que cuidó toda la enfermedad y muerte de su padre, y la de su hermana, que sufrió, sola, un cáncer de mama, una tuberculosis y un cáncer de colon que finalmente la terminó doblegando. jamás vi a mi mamá perder la razón. jamás. ella siempre sabía como hacer, que decir, donde ir, como resolver. el dominio de las pulsiones, de las emociones, la racionalidad extrema era su arte.
solo dos veces, decía, la vi flaquear. ya estaba enferma de su último cáncer y vivíamos juntas acá en buenos aires. sin embargo, no me dejaba hacer nada. no podía acompañarla a las quimios, ni a sus internaciones, ni a sus médicos. todo lo hacía sola. y, la verdad, para mi, era más fácil. ella hacía una pantalla que me alejaba de su enfermedad, y yo no la vivenciaba, no tenía contacto con eso. tal vez por eso me sorprendió tanto su muerte, me tomó totalmente desprevenida. mi mamá pesaba 38 kilos, pero yo pensaba que se iba a salvar, porque siempre se salvaba. sabía que ya no estaba en tratamiento, que ya no se hacía quimio, pero jamás se me pasó por la cabeza que se iba a morir. mi mamá siempre solucionaba todo. sola. yo estaba ciega y sorda a todo su mal. para mi era mi mamá de siempre, mi mamá.
los dos puntos neurálgicos fueron en su última enfermedad. el primero fue a los meses del diagnóstico. el segundo fue a los meses de su muerte. recuerdo que tuvimos una discusión mínima, por una pavada doméstica. en el primero rompió una fuente contra el piso, y me miró con odio. me quedé petrificada, donde estaba. mi mamá jamás me había mirado así. me quedé en silencio y la escuché gritar. intenté calmarla, y dije dos o tres boludeces que la enfurecieron mas. recuerdo que me pegó. yo era grande, tendría 19 años, pero la escena era tan surrealista que no hice nada, la deje. de pronto me corrí de la linea de fuego que eran sus golpes, agarre las llaves y me fui. ese día deambulé toda la tarde por caballito, con miedo a volver a casa. a encontrarme esa madre que desconocía. a la noche me mandó un mensaje donde decía que me esperaba para cenar. volví, con miedo, y era la misma de siempre. me sonrió, me contó que era lo que había escuchado en las noticias, y no dijo ni una palabra sobre el entre dicho. y yo, increiblemente (acostumbro a dialogar sobre cualquier pelea que protagonizo), tampoco volví a tocar el tema. me di cuenta (inconcientemente, eh, no fue una decisión tomada racionalmente) que ella lo prefería así. algo similar sucedió unos meses antes de que muriese. por una discusión idiota, también. me dijo cosas horribles, que ya no recuerdo, y me pegó dos cachetazos que todavía me laten en las mejillas. también me escapé del departamento, y también, después de 6 horas, me mandó un mensaje invitandome a volver. me recibió como siempre y tampoco se hizo referencia al tema.
hoy, visto en retrospectiva, esos dos momentos, de alguna forma, me tranquilizan. yo no hice mucho por mi mamá. es cierto que ella no me dejó, pero también es cierto que para mi era más fácil abstraerme de su enfermedad que involucrarme. pero al menos, pienso, pensé en aquel momento, le di esos dos momentos de alivio. pudo descargar el dolor, el enojo, la impotencia que le daba ser la que siempre se enfermaba, ser la que siempre estaba sola, ser la que siempre estaba vinculada con la muerte. pudo liberar sus emociones, gritar, pegar, odiar, desesperar. y lo hizo conmigo, solo conmigo.
me llevo todas cosas hermosas de mi vieja. era una persona increíble. pero esos dos momentos, feos para mi cuando acontecieron, son fundamentales para el imaginario de mi vida con ella, hoy. me demuestran una madre humana, al borde de un ataque de locura, permitiéndose hacer, solo conmigo, lo que no se atrevía a hacer con nadie: soltar todas esas emociones tan pulcramente escondidas, dejándose ganar momentáneamente por la irracionalidad extrema, permitiéndose escaparse un ratito de tanto dolor.
al menos de eso si me dejó participar.
que, después de dos años de no tener ningún ataque, mi inconciente había madurado, yo había sanado, la locura había pasado.
siempre me molesto la gente que se define como "un poco loca". esa gente que le da a la locura una connotación positiva. como si fuese algo "simpático", "copado", "flashero". pasate una semanita en el borda y el romero, pelotudo/a, y después me contás.
la locura, no lo digo yo, lo decía foucault, fue otra de las formas de la imposición de la racionalidad moderna. junto con las cárceles, aparecieron los loqueros, maravillas de la modernidad. si no te adaptabas a ciertos standares o formas de rigurosidad mental, te encerraban. porque la modernidad no es mas que eso, creo. hacernos ciudadanos cada vez menos libres, mas miedosos, menos expansivos. vivimos con miedo, encerramos lo diferente, nos abroquelamos en nuestras casas, construimos nuestro mundo alrededor de paredes.
la locura, a mi al menos, siempre me consignó un terrible pavor, por un lado, y una enorme tristeza, por otro.
mi mamá era el ser mas racional del universo. siempre le tuvo terror a la locura. hasta el final controló sus facultades mentales. solo recuerdo dos momentos, dos raptos de desvíos pulsionales, los cual, por suerte, sufrí. solo dos veces vi a mi mamá desbordada. mi mamá, que era médica oncóloga, que cuidó toda la enfermedad y muerte de su padre, y la de su hermana, que sufrió, sola, un cáncer de mama, una tuberculosis y un cáncer de colon que finalmente la terminó doblegando. jamás vi a mi mamá perder la razón. jamás. ella siempre sabía como hacer, que decir, donde ir, como resolver. el dominio de las pulsiones, de las emociones, la racionalidad extrema era su arte.
solo dos veces, decía, la vi flaquear. ya estaba enferma de su último cáncer y vivíamos juntas acá en buenos aires. sin embargo, no me dejaba hacer nada. no podía acompañarla a las quimios, ni a sus internaciones, ni a sus médicos. todo lo hacía sola. y, la verdad, para mi, era más fácil. ella hacía una pantalla que me alejaba de su enfermedad, y yo no la vivenciaba, no tenía contacto con eso. tal vez por eso me sorprendió tanto su muerte, me tomó totalmente desprevenida. mi mamá pesaba 38 kilos, pero yo pensaba que se iba a salvar, porque siempre se salvaba. sabía que ya no estaba en tratamiento, que ya no se hacía quimio, pero jamás se me pasó por la cabeza que se iba a morir. mi mamá siempre solucionaba todo. sola. yo estaba ciega y sorda a todo su mal. para mi era mi mamá de siempre, mi mamá.
los dos puntos neurálgicos fueron en su última enfermedad. el primero fue a los meses del diagnóstico. el segundo fue a los meses de su muerte. recuerdo que tuvimos una discusión mínima, por una pavada doméstica. en el primero rompió una fuente contra el piso, y me miró con odio. me quedé petrificada, donde estaba. mi mamá jamás me había mirado así. me quedé en silencio y la escuché gritar. intenté calmarla, y dije dos o tres boludeces que la enfurecieron mas. recuerdo que me pegó. yo era grande, tendría 19 años, pero la escena era tan surrealista que no hice nada, la deje. de pronto me corrí de la linea de fuego que eran sus golpes, agarre las llaves y me fui. ese día deambulé toda la tarde por caballito, con miedo a volver a casa. a encontrarme esa madre que desconocía. a la noche me mandó un mensaje donde decía que me esperaba para cenar. volví, con miedo, y era la misma de siempre. me sonrió, me contó que era lo que había escuchado en las noticias, y no dijo ni una palabra sobre el entre dicho. y yo, increiblemente (acostumbro a dialogar sobre cualquier pelea que protagonizo), tampoco volví a tocar el tema. me di cuenta (inconcientemente, eh, no fue una decisión tomada racionalmente) que ella lo prefería así. algo similar sucedió unos meses antes de que muriese. por una discusión idiota, también. me dijo cosas horribles, que ya no recuerdo, y me pegó dos cachetazos que todavía me laten en las mejillas. también me escapé del departamento, y también, después de 6 horas, me mandó un mensaje invitandome a volver. me recibió como siempre y tampoco se hizo referencia al tema.
hoy, visto en retrospectiva, esos dos momentos, de alguna forma, me tranquilizan. yo no hice mucho por mi mamá. es cierto que ella no me dejó, pero también es cierto que para mi era más fácil abstraerme de su enfermedad que involucrarme. pero al menos, pienso, pensé en aquel momento, le di esos dos momentos de alivio. pudo descargar el dolor, el enojo, la impotencia que le daba ser la que siempre se enfermaba, ser la que siempre estaba sola, ser la que siempre estaba vinculada con la muerte. pudo liberar sus emociones, gritar, pegar, odiar, desesperar. y lo hizo conmigo, solo conmigo.
me llevo todas cosas hermosas de mi vieja. era una persona increíble. pero esos dos momentos, feos para mi cuando acontecieron, son fundamentales para el imaginario de mi vida con ella, hoy. me demuestran una madre humana, al borde de un ataque de locura, permitiéndose hacer, solo conmigo, lo que no se atrevía a hacer con nadie: soltar todas esas emociones tan pulcramente escondidas, dejándose ganar momentáneamente por la irracionalidad extrema, permitiéndose escaparse un ratito de tanto dolor.
al menos de eso si me dejó participar.
Muy bien.
ResponderEliminarEste relato, este en particular, me gustaría escucharlo.
Me conmoviste mucho. Gracias.
ResponderEliminarEh, fuerte.
ResponderEliminarMuy bueno.
¡Saludos!
me encantó esta entrada.
ResponderEliminarMaravilloso este texto. Nunca comento, pero me gusta mucho lo que escribís. A mi también me conmoviste
ResponderEliminarFue muy impactante,es quizas como un espejo para lo q te pueda llegar a pasar a vos,a veces no esta bueno acumular y explotar,aveces si,pero lo mejor es largar todo en el momento,me parece q hubiesen disfrutado mas los momentos si se abrían y charlaban más...una joyita mas,buen relato,
ResponderEliminarBesosss,
Cinnn
Hola Belen! Sos muy grosa, tenía que decírtelo… Llegué a tu blog de casualidad (pelotudeando en el muro de facebook) y no puedo dejar de leer tus entradas! Como me hacés reir!!!! Gracias!!!!
ResponderEliminarPd. Es muy lindo lo que contás de tu vieja, es muy lindo que la recuerdes así. La locura es una mierda, sobretodo por la forma en que se la vive en nuestra sociedad… pero para mi es ella la que nos hace humanos, demasiado humanos...
Me mataste. Tengo un nudo en la garganta. Me ví reflejada en el relato. En la faz "todopoderosa" de tu mamá. Y en el quiebre de ella con vos, con la persona que más quería...Tus relatos son maravillosos Belén, porque aunque algunos sean muy graciosos, tienen un fondo crítico, realista, humano. Como siempre: te felicito! Un beso.
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