mis padres fueron radicales, yo soy peronista, lo de progre vino por default. no entiendo lo de guardar secretos y siempre lloro en todas las sesiones con mi analista así siento que no desperdicio 700 pé. mi último gran descubrimiento es que soy una discapacitada vincular. lo específico nunca fue mi fuerte, amo odiarme y te juro que soy mejor con la cara en movimiento.

la unica diferencia entre la realidad y la ficción es que la ficción debe ser verosímil .- mark twain

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dijo de belén el caricaturista historiador bobrow: "el idiolecto de la autora de este blog asume todos los tópicos culturales más políticamente incorrectos de occidente sin por ello asumir su carga ideológica".

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lunes, 31 de octubre de 2011

esos tres momentos.

mi psicologa me genera incomodidad.

ya el hecho en si de ir a una, ¿no?. pequeño lujo burgués el del psicoanalizado. me genera culpa de clase. yo, cuyos problemas son ínfimos en relación a los de otros, estoy acá porque no me banco mi existencia y no puedo con mi vida. me rio para no llorar y lo menciono todo el tiempo como forma de expiación.



sin embargo, hay tres momentos en la vida de mi psicologa y yo que me molestan sobremanera.
a) el momento en que llego. baja a buscarme, subimos en silencio por el ascensor. siempre que voy caminando a su encuentro barajo distintos temas de conversación que podriamos utilizar pero siempre caigo en la misma y pelotuda expresión:
- está lindo el día ¿no?

b) el del inicio de la sesión. tiene la mala costumbre de sentarse y mirarme. pese a que a medida que subimos por el ascensor repaso posibles cuestiones con las cuales iniciar la charla, nunca recuerdo ninguno cuando me siento. suelo sonreir y decirle:
- bueno... emmm... (risita nerviosa)

(posta, debe pensar que tengo un ligero retraso cerebral).

c) el momento en que me voy. ya de por si me resulta violento el corte (o ver como hace malabares para intentar ponerle un punto y a parte de forma elegante a la cuestión porque se terminó el tiempo) sino que dado mi historial (lloro con las propagandas de telefonía, o sea que imaginense lo que soy) termino en un estado calamitoso. el momento pos sesión que implica el viaje acompañada por el ascensor llega a ribetes ridiculos. como lo único que suelo hacer es pasarme la mano por la jeta para secarme las lágrimas, la que se siente incómoda es ella. la última vez hablamos sobre marca de desodorantes (true history).

domingo, 30 de octubre de 2011

devuelvanme octubre

¿ya es noviembre? la puta, se me pasa la vida.

resucitando

me gusta quedarme despierta cuando vuelvo de otros lares y esperar que salga el sol.
ver amanecer por mi ventana y escuchar el alboroto de los pájaros al desperezarse me hacen recordar que estoy viva.

esa constatación me permite morirme en sueños tranquila.
mi despertar de mañana con suerte tendrá sabor a resurrección.

jueves, 27 de octubre de 2011

nestor

nunca fui fanática de nada.
el lunes pasado, hablaba de eso con mi psicologa (empecé hace un mes, lo último que me faltaba para completar mi cuadro de perfecta pequeño burguesa).
no tomo, no fumo, no me drogo, no me fanatizo. mi vida es un constante equilibrio entre una auto disciplina natural que cargo conmigo desde hace años. nunca pensé que pudiese cambiar el mundo. mis deseos siempre fueron limitados. soy de esa clase de gente que prefiere volar bajito para evitar los porrazos importantes y que tiembla de solo pensar en lanzarse al vacio.
por eso mismo, también, me desilusiono fácil. cualquier cosa me suena a fracaso y me cuesta volver a confiar. todo sirve de alerta para decirme: ¿viste? no tendrías que haber...
con los kirchner fue así. lo vi a nestor por primera vez en puerto madryn. mi vieja me dijo un día: viene a hablar ese candidato a presidente que no conoce nadie, el de santa cruz, ¿querés que lo vayamos a ver?
duhalde todavía no lo habia bendecido y su intención de voto no subia del 2%.
fuimos. me gustó como habló. después apareció duhalde y mi desconfianza se acentuó.
no lo voté.
con el tiempo me empezó a sorprender. para alguien que siempre espera lo peor, como yo, no era cosa dificil si hacias algo mas o menos bien. sin embargo vengo de familia progre no peronista (que no es lo mismo que anti peronista) y con fuerte tendencia a votar a radicales, por lo que asociarme a alguien como nestor era complicado, por lo menos ideologicamente. sin embargo me notaba distinta. notaba que lo defendía con demasiado animosidad de las quejas lanatescas radicales tan típicas de mis padres.
poco a poco me fui ilusionando. despacio, siempre despacio. para alguien como yo, que creció durante el menemismo convencida de que la politica era una cagada plagada de mierda y corrupción (si, yo veía a lanata en día D junto a mi padre) esto era algo asombroso. todas las semanas había una buena noticia que festejar, una medida que aplaudir, un discurso que mencionar.

me sorprendió que ese 27 de octubre del 2010 me encontrara llorandote, nestor. no a vos, en realidad. lloraba  mi frustración. otra vez el porrazo fuerte cuando intenté mirar hacia arriba en vez de hacia abajo, otra vez la caida y la desilusión. dado mi pesimismo, pensé que todo se complicaba. que mejor mirar hacia abajo otra vez, que era necesario que volviesemos a volar bajito. ahora si, sin vos, cualquier viento del sur un poco fuerte nos iba a desestabilizar. me enojé por bajar mis defensas, por haberte creido, por que me hayas emocionado. ¿cómo te vas a morir ahora, nestor? ¿y ahora qué?

fui a la plaza. me encontré con gente. estaba enojada. y preocupada.
no pensé que cristina pudiera sola.
pero pudo.

estoy convencida de que si ese porrazo no la detuvo, nada va a poder.
ahora estoy tranquila. nos dejaste en buenas manos.

nunca fui fanática de nada, nestor. pero ahora de cristina si.


sábado, 22 de octubre de 2011

limitaciones intrínsecas

quemé las tostadas. otra vez.
me pregunto si hay algun alimento que pueda salvarse de mi impulso destructivo cuando intento calentarlo/cocinarlo.

obesesión/1

mi última obsesión es comerme a cucharadas el dulce de durazno de la campagnola.

lo mio es grave.

obsesión

según la wikipedia:
Obsesión proviene del término latín obsessĭo que significa asedio. Se trata de una perturbación anímica producida por una idea fija, que con tenaz persistencia asalta la mente. La obsesión tiene múltiples facetas de expresión.
Este pensamiento, sentimiento o tendencia aparece en desacuerdo con el pensamiento consciente de la persona, pero persiste más allá de los esfuerzos por librarse de él.

miércoles, 19 de octubre de 2011

¿te conté de la última vez...

que salí con un pelotudo?

el fitito

mi mama tenia uno naranja al que se le abria la puerta del acompañante si te apoyabas de forma incorrecta.

una vez tenía 7 años y me cai con el fitito andando.

true history.

domingo, 16 de octubre de 2011

vos y yo sabemos que


Abrí los ojos.  Las estrellitas de luz fluorescente que me había traído de EEUU antes de que nadie las tuviera (antes incluso de que se pusiese de moda entre los ya-no-tan-pequeños escolares madrynenses) titilaban su último aliento tras pasar toda la noche en vela. Desde la cocina se oía la voz de Magdalena Ruiz Guiñazú enojada, como siempre parecía estarlo. Cerré los ojos nuevamente,  buscando traspasar el sonido de la radio y su locutora, para ver que hacía. Esperé a que apoyase la última taza sobre la mesa e intenté relajar la cara. Tenía miedo de que se diese cuenta por el pequeño parpadeo inconsciente de las pupilas tras los ojos cerrados. La puerta se abrió de golpe.
-          Mamina, a levantarse.
La rutina comenzaba.  Hice un pequeño ruido y,  simulando estar entre-dormida, me di vuelta. Ella sonrió y suavemente, mientras me palmeaba la cola, comenzó a cantar.
-          Si se mueve, flan flan. Si se mueve, flan flan. Es Ravana el más rico flan.
Dos palmaditas más (el chan chan final del tango) y ya había vuelto a mimetizarse con Magdalena en la cocina. Me senté en el borde de la cama y me arregle el pelo con las manos. Tosí. Y tosí otra vez. Y otra.
Ofuscada porque el estado del transito tapaba mi performance, me levanté con un saltito de la cama y me acerqué al marco de la puerta que separaba la habitación de la cocina, tosiendo otra vez. Por fin ella se dio por aludida y soltó  la pregunta que esperaba: ¿te enfriaste?
Seguí con mi papel al pie de la letra y murmuré que estaba bien. La resistencia era necesaria si el plan quería tener éxito. La segunda reacción fue tan rápida que incluso me sorprendió:
-          si te sentís mal tomate la fiebre.
Haciendo gruñidos exagerados, volví a la pieza y revolví dentro del cajón. Con un movimiento rápido de mi mano acerqué el termómetro a la lamparita del velador, y, tras esperar algunos segundos, me lo coloqué en la axila.
Al rato, ella entró a la habitación y extendió la mano. Obediente, le di el artefacto a la espera del veredicto.
-          Tenés fiebre, te vas a tener que quedar en casa.
Puse cara de circunstancia y alegué que tenía cosas que hacer en la escuela. Hoy iban a dictar y a mi me encantaban los dictados porque la maestra me felicitaba; era la única de 5to “A”  que sabía donde poner las haches. Y en casa me iba a aburrir.
-          Bueno, no te preocupes. Si querés me podés leer algún libro en voz alta; como hacíamos en primer grado con Dailan Kifki ¿te acordás?
Agarré de la biblioteca Matilda y caminé detrás de ella hacia la cocina. Me senté sobre la banqueta (mientras tosía como al pasar) y la miré mientras terminaba de preparar las tostadas. Magdalena y el ruido de la pava hirviendo llenaban el silencio.
De pronto, ella se dió vuelta, y, mirándome divertida, soltó como al pasar:
-          ¿Que suerte que tenemos, no? Siempre te enfermás los jueves, el día en que no voy a trabajar…
Algo nerviosa, me acomodé torpemente en la banqueta. Tosí otra vez, compenetrada al cien por ciento en mi papel,  y empecé a leer en voz alta: Sucede una cosa extraña con los padres. Aunque sus hijos sean los seres más desastrosos de la tierra, ellos piensan que son maravillosos...

jueves, 13 de octubre de 2011

vas a estar bien

portarme bien me salia naturalmente
un adolescente que no adolecia, esa era yo.

como no me tenías que prohibir nada tu reducto de poder siempre fue limitarme la tristeza.

no llores,  belén .
por qué llorás,  belén .
de que te sirve,  belén .
basta,  belén .

te lloro.
         a vos.

dejame, por una vez
llorar en paz.
                  dejame.






esta vez





voy a estar bien.

miércoles, 12 de octubre de 2011

delicatessen porteña


Salí del teatro cagada de frío. Se me había dado por comprarme uno de esos enteritos de jean tipo short y strapless que están de moda. La moda siempre fue paralela a mí, ustedes saben, no es algo con lo que me tope muy seguido. Pero ayer a la tarde pasamos con Fernando por uno de esos localcitos escondidos y lo vi. Me lo probé y le pregunté a Fernando su opinión. Él, con una sonrisa que quería ser cómplice, me respondió:
- y, mirá, te queda como un salchichón.
Quién me conoce sabrá que soy de las que se ofenden rápido. Inmediatamente abrí la cortina dispuesta a vengarme del desalmáo y hacerle una escena. Miré a la vendedora y en un tono que mezclaba a la vez capricho y diversión, le solté:
- me dijo que parezco un salchichón! Que guacho!
La vendedora, no se si en su afán de vender  o porque instintivamente decidió ponerse del lado de nuestro genero, se río y me dijo que estaba divina. Yo, chocha. Imagínense que no hay nada que me guste más que que me recuerden lo linda que soy.
Para variar, me lo puse ese mismo día, a la noche. Mi mamá siempre se quejaba de que conmigo la ropa “de salir” no existía.  Si Belén se compraba algo tenía que estrenárselo  en ese mismo momento, y,  de ser posible, no sacárselo por tres días. Los que me acompañan en esta cosa de existir hace ya varios años recordarán mi vestidito rojo de gamuza... cuando me lo compré, fue amor a primera vista. Mi vieja tenia que correrme por el jardín para sacármelo y ponerlo a lavar, y se angustiaba porque yo lo usaba para todo : me lo ponía para ir a los cumpleaños, para jugar a “Dracula” y para subirme a los árboles.
En fin. Como uno se pone viejo pero las mañas siguen ahí, desprecié los nubarrones y la lluvia que se avecinaban sobre BsAs y me puse mi nuevo enterito para ir al teatro. De más esta decir que entendí mas pronto que tarde el terrible error que había cometido. Se estaba poniendo fresco, y, no se bien porque, por la zona del obelisco los ventarrones agarran mucha más fuerza. Igualmente cada vez que pasaba por un espejo o vidriera metía la panza para adentro,  me miraba y me sentía realizada. El tema fue cuando salimos. Típico de nosotros (un nosotros que comprende a Fernando y a mi, en esta relación new age que  genera sonrisitas entre cómplices y extrañadas), fuimos a ver a Gasalla pero a la fila mas barata. Somos tops, pero tampoco tanto. 
Al final de la obra la típica calma fernandina junto con el hecho de que el teatro estuviese lleno (igual, tanto brillo y taco alto no hizo flaquear mi amor a mi nuevo enterito) provocó que fuesemos los últimos en salir. Ni bien saqué la trucha del teatro supe que me iba a congelar esperando el colectivo, asique lo miré a Fernando y le dije:
- nos vamos en taxi, no lo negocio.
Fernando con toda la parsimonia asintió, y caminó con tranquilidad. Claramente es de esa gente que piensa que el mundo lo espera, o que, simplemente, uno tiene que ir andando y ya se verá. Convengamos que yo con un polar como el que él traía puesto también hubiese pensado de forma tan zen (bueno, tal vez no)…pero me cagaba de frio y  nunca me caractericé por mi paciencia. Fernando, sabiendo que era su deber ser un caballero, me ofreció titubeante su polar. Conociendo su baja tolerabilidad al fresco (y además porque no quería resignarme a tapar mi bello enterito, claro está) se lo rechacé con un mohín que expresaba mi creciente mal humor. Bruscamente traté de salirme del montón de gente que se atropellaba por alcanzar uno de los pocos taxis que pasaban por corrientes a las 2 am. 
Fernando, siempre tan tranquilo él, se dispuso a esperar detrás de una larga cola. Impaciente, y no de la mejor de las formas, le gruñí: 
-   crucemos la calle, apurate.
Por el medio de la avenida había logrado vislumbrar que venía un taxi, y estaba dispuesta a tomármelo aunque fuese lo último que hiciese, con o sin Fernando.
Increíblemente, logré que el taxista frenara en el medio de la calle y nos subimos. Al resguardo del frio la vida era mucho mas bella, asique me dispuse a desactivar mi mal humor. Sonriente, le dije al taxista la dirección.    
-- ¿es esa la esquina de Avellaneda?
Un poco asombrada por la ubicación del hombre asentí. Me apoltroné sobre el asiento trasero y miré a Fernando. Me dispuse a iniciar una charla agradable sobre la obra que habíamos visto. Solo habíamos cruzado unas pocas palabras cuando el taxista nos interrumpió:
- ¿la obra de Gasalla vieron? ¿que tal?
Pese a que hace seis años que vivo en BsAs, todavía me cuesta adaptarme a esta situación tan porteña en donde los desconocidos suelen iniciar charlas con gente como yo que aplicamos instintivamente esas máximas de “cuidado, no hables con extraños”. Suspiré y, en plan de ser tolerante, puse mi mejor sonrisa, intentando ser amable:
- estuvo bien, no se. Un poco verde, no nos gusta el humor tan burdo.
El taxista asintió y pareció darse por satisfecho. Acto seguido miré a Fernando intentando reiniciar la charla, mientras el tipo cambiaba la canción que veníamos escuchando y subía un poco, demasiado tal vez, el volumen. Mi intención de ignorar al tachero no logró llegar a buen puerto, ya que me desconcertó que un tipo de cincuenta y largos este escuchando el tema loca loca loca de Shakira. Lo miré a Fernando divertida y le comenté: 
-          ¿viste? Al final dice: soy loca come tigres, loca loca loca.
El tipo inmediatamente aumenta la voz, buscando sobrepasar a una Shakira que cantaba bastante alto: 
-          ahh, ¿dice eso? Yo escuchaba soy loca come pibes y me decía a mi mismo: pero esta Shakira ya esta estrellada.
Dado que Fernando parecía decidido a no responder y dejarme toda la responsabilidad del dialogo con el extaño a mí (como hace siempre, bha) sonreí con esfuerzo otra vez y dije: 
-          si, parece que dice come tigres, o como un tigre, algo así. Yo antes pensaba que decía: soy loca convencida, pero se ve que no.
El tipo lanzó una carcajada un tanto histriónica, y de pronto se puso como contento. Supo reconocer que le estaba dando un espacio y parecía dispuesto a no desaprovecharlo. Era su momento, y casi sin darnos cuenta comenzó a monologar a una velocidad increible:
--  Usté sabe, yo soy de una familia pobre de la provincia, 19 hermanos tengo, o tenía, vaya a saber cuantos quedan ya. Poooobres pobres, pobrísimos le diría. Tanto es así que imagínese que cuando uno es pobre pobre como éramos nosotros la gente ricachona le regala la ropita, ¿vio? Esa ropita que no le sirve, y uno se la via a poner así, porque es pobre. Pero tuve la desgracia, imagínese, de que yo le seguía a mi hermana, ¿vio? Asique yo heredaba soleritos, vestiditos, esas cosas. En el barrio no podía ni agacharme pá agarrar una moneda, ya que los muchachos se ponían cariñoso imagínese, yo, la solerita, en fin, usté me entiende.
La cara de asombro mezclada con terror de Fernando tras las declaraciones del hombre fue instantánea. A mi, que de porteña tengo nada pero de buscar almas gemelas tengo mucho, y que se que en esta ciudad la gente anda solita su alma, mas que en otros lares, me enterneció. Y a mí cuando un tipo me da ternurita cagué, ya entré como vaca al matadero. De pronto sentí que ese tipo y yo teníamos tan poco en común que estábamos hermanados vaya a saber porque. Divertida, lo alenté a seguir con un monologo que parecía ensayado frente al espejo del baño: 
-          ¿ah si? – dije muy seria. – Y, es que es fiero ser pobre.
- Claro m´hija. Además imagínese, pobre y negro, y bastante bruto. Que nada, una vez me rompí un dedo, fíjese, el de fakiu este que tengo acá, ¿lo ve? Duro lo tengo. Resulta que fui al dotor y me dijo: mire, más que enseyarselo, le voy a dar una cremita que se lo va a dejar durito durito. Y yo: ah que bueno  dotor, que lo que menos quiero es un dedo enyesado, que ni daba. Cuestión que le cuento a mi abuelo, ¿vio? Que vivíamos todos juntos en la casa grande, y el abuelito me dice enseguidita que si le prestaba un poco de esa crema, el me daba diez pesos. Imagínese que diez pesos para mi era la lotería, asique ahí se la lleve a la crema. Cuestión que a la mañana siguiente el abuelo se me aparece con $30. Y yo siempre fui de fiar, fíjese, que le dije: pero no abuelito, que eran 10 no 30. A lo que el viejo me respondió: ah, si m´hijto, el resto se lo manda la abuela.
Hizo una pausa, como esperando los aplausos. O tal vez para respirar, que se yo. Fernando seguía con los ojos como platos, asique me reí un poco mas de lo que ese chiste tan viejo y predecible podía causarme, intentando que el silencio de la mitad de su publico no se note tanto. Contento con el resultado, contraatacó:
- Porque los viejos son así, ¿vio? No se mueren si no quieren morirse. Mírele que yo la única desgracia por la que me quejo en la vida es la de la suegra que me toco. La vieja no es mala, no, pero si muy desagradecida. Fijate que hace un par de años que le compré un nicho en la Recoleta, ¿vio? Que bien caro me salió, y la vieja ni quiere usarlo, eso no se hace, no no no.
Impresionada, sonreí otra vez, esta vez acompañada de la sincera carcajada de Fernando. El tipo me miraba por el espejito retrovisor y yo sabia que él sabia que ya estaba, que ya me había ganado, y que ya no podría cortarle la conversación. Admitiendo mi derrota, comenté como al pasar, debido a que en ese momento sonaba  “La bomba loca”, de Cordera:
– que música alegre que tenés
- ah si, ¿vio? Es que la idea es que la gente se lleve algo del taxi, y no que solo le duelan los bolsillos al bajar.
De pronto miré al asiento que tenía enfrente y me di cuenta de  que la dentificación del conductor que suelen tener todos los taxis porteños no estaba. Se me erizaron los pelitos del brazo.
En un segundo imágenes de nuestros órganos metidos en bolsitas de plástico en un freezer de algún pueblito bonaerense con Shakira de fondo inundaron mis pensamientos (tengo esa costumbre belenistica tan sana de pensar siempre primero que me va a ocurrir lo peor). Igualmente me alivió el hecho de no haberme subido sola al taxi (no porque Fernando sea de lo más macho; sino porque simplemente una muerte tan terrible a solas no me hacía demasiado gracia), y lo agarré de la mano. El apretón que me pegó Fernando fue de total entendimiento. Nos preparamos a enfrentar, valerosos, lo que viniese. Nerviosa, miré la calle por la que transitábamos: Medrano. Que el camino que el taxista había elegido para llevarnos a casa no fuese el habitual aumentó mi nerviosismo. Sin embargo, haciendo gala de mi sangre fría, intenté mantener la conversación.
- esta canción, la de Cordera, me gusta mucho – dije, sintiendo que mis palabras sonaban bastante estúpidas.
El tipo asintió.
- hay que animar, ustedes saben. Igual, es difícil. A la noche por BsAs sube gente muy extraña. Voy a poner los seguros.
El sonido metálico de los cuatro pituquines bajando a la vez hizo que la atmósfera se volviera repentinamente más pesada. 
Haciendo un razonamiento ilógico, me tranquilicé pensando que había música. Inmediatamente asocié la imagen con la película “El resplandor”. Mientras haya música nada malo iba a suceder. El tipo continuó: 
- he visto cada cosa che. Yo soy viejo, soy del campo y encima policía, imagínese usté tantas cosas a la vez. Es difícil.
La palabra policía me erizó la piel. Cerré los ojos y los volví a abrir. Hay música,  belén , me dije. Decí algo ya: 
- claro, me imagino...
- si, si. Ni te cuento. Igual nada, trabajo ahora en el taxi porque me abrieron una causa. Era del servicio de inteligencia, custodié a vice presidentes, pero nada. Hace poquito tiempo un chorro entró a casa a los balazos, y me mataron a mi mujer y a mi hijo. Y yo lo maté, al tipo. Y me abrieron la causa. Viste como es esto.
El silencio que siguió rayó lo insoportable, como un ruido persistente y agudo que se eterniza en nuestros oídos. Me miró a los ojos por el retrovisor, y mantuvo el silencio, como esperando.
Mi cabeza iba a mil por hora. Miré a Fernando, con cara de espanto, y supe que él no iba a decir nada. Busque alguna palabra, algo que quebrara ese silencio insoportable, pero no, la nada misma.
- se quedaron helados – dijo decepcionado – Nada, asique ahora el tacho, viste. Me distraigo. Dos veces puse el arma sobre la mesita de luz, pero no pude. Y si no pude debe ser porque tengo que seguir.
Me miró otra vez por el espejito retrovisor. Lo único que supe hacer fue mirarlo fuerte. No podría decirles como se hace eso, pero estoy segura de que lo intenté.
Repentinamente dobló por una calle, y cayó en la puerta de casa. Fernando pagó, y le deseo buena noche mientras casi que literalmente corría fuera del auto. Yo, todavía inhabilitada para hablar, lo miré unos segundos. Le toqué el hombro y haciendo un esfuerzo sobre humano, medio que balbucié: 
-          fuerza che.
Me miró una última vez por el espejo retrovisor mientras guardaba la plata y musitó: 
-          gracias m´hijita. Vos también. Se que la necesitas.

martes, 11 de octubre de 2011

esta a hitchcock se le pasó

los platos sucios amontonados en la pileta de la cocina acompañados por el goteo tortuoso pero insistente de la canilla y el tenue tic tac del reloj del comedor un martes a la 1 am me provocan insomnio.

consejos útiles/1

un nudo se desata  belén . si tirás, lo aprisionás más. no puede ser que tu solución sean siempre las tijeras.

lunes, 10 de octubre de 2011

nicolás y yo

corría el año... 2006. yo estaba haciendo el CBC, recién llegaba a BsAs.

Quién me conoce sabe que soy bastante pequeña. Mido 1.52 y no paso los 55 kilos (igual en ese entonces debía no pasar los 50 en realidad, era mucho mas jóven y esbelta). Esto viene a colación de que mis extremidades son realmente chicas; calzo 34, lo que siempre complicó el tema de comprarme zapatos, ya que en general el calzado femenino viene a partir del n° 35.  Así, la frustración de toda la vida de mi madre y mi abuela fue el hecho de que yo viviese a zapatillas. (De hecho, sigo viviendo en zapatillas al día de hoy).

De un tiempo a esa parte, sin embargo, mi madre se habia obsesionado con el tema. Le parecia realmente terrible (si) que me pusiese pollera y zapatillas, vestido y zapatillas, etc. Mi abuela entonces consiguió que una amiga le tire el dato de un zapatero que hacía zapatos a medida, en Los Hornos (La Plata). Yo, mala onda como siempre, no quería saber nada. Irme hasta Los Hornos para que me hicieran un par de zapatos que iba a usar tres veces en mi vida durante media hora porque no sabía caminar con ellos no me parecia un buen negocio para nada. Sin embargo, debido a la insistencia de mi madre terminé aceptando.

Llegué a la casa de Nicolás (asi se llamaba el zapatero) un sábado a las tres de la tarde. Cuando nos abrió la puerta me impresionó. Era  imponente; debía de medir mas de dos metros, era ENORME. Tenía el pelo blanco, blanquisimo, y estaba vestido con su ropa de trabajo y un simpático chaleco verde. Me recibió con una sonrisa enorme y me hizo pasar, me presentó a toda su familia (esposa, dos hijos y un nieto) y pasamos al taller, en donde el olor a cuero y una opera de fondo nos hicieron sentir inmediatamente a gusto con el lugar. Nicolás me pregunto que era lo que estaba buscando, y me empezó a tomar las medidas; pese a que siempre consideré que mis pies son feos (chicos, flacuchientos y con dedos un tanto raros) me elogió el arco y mi simetría casi perfecta entre ambos pies.

A medida que iba haciendo su trabajo, Nicolás nos contaba sobre su vida. El había nacido en Italia y  había venido con su mamá y un hermano escapando de la Segunda Guerra Mundial; su padre, soldado, había muerto. Así, contó Nicolás, traía su oficio de allá, era una cosa de su familia. Se estableció en La Plata y puso un pequeño tallercito; se casó y de joven combinó su oficio con la música; era tenor y había sido elenco estable en el Teatro Argentino antes de que lo quemaran durante la última dictadura.
En quince días mi abuela recibió en su casa los zapatos, y me los mandó para Buenos Aires.

La verdad es que a mi Nicolás me fascinó. Nunca tuve abuelos, y dada mi soledad porteñística de entonces, (junto a esta tendencia un tanto enfermiza que tengo de ir adoptando gente por la vida) decidí que teníamos que ser amigos. Yo en ese momento no lo sabía, pero parece que Nicolás había decidido algo parecido; mi cara de despistada, mi tamaño ínfimo ante su inmensidad y mis dos trencitas parecían haberlo decidido a adoptarme a él también.

Varios meses después de nuestro primer encuentro, Nicolás llama a mi casa:
- Hola, petisa sureña. te quería preguntar si no querías acompañarme, porque este viernes voy a Bsas ¿viste? como todos los meses, a comprar cueros y otras cosas para el taller. Si querés me podés acompañar y después nos tomamos un café.
Por supuesto, acepté encantada.

Así empezamos una tradición mensual en la cual Nicolás y yo caminabamos las calles de Boedo (donde el hacía sus compras) entre las 15 y las 17 hs, y finalizabamos la tarde tomando un café en el Homero Manzzi, con tango de fondo.

Nicolás era genial. Sabía TODO, sobre TODO. Literatura, Historia, Filosofía, Política, Deportes (era fanático del boxeo), Musica, Cultura. Yo me sentaba ahí y me dedicaba a escucharlo. La verdad es que yo aportaba poco y nada a todo eso. Me dedicaba a hacer pequeñas intervenciones graciosas (se sabe, Belén nunca interviene de otro modo, no sea cosa que alguna vez la tomen en serio) y el se reía.
Pasaron los meses. Yo me volví a Madryn durante las vacaciones de verano. A mi vuelta, en marzo, recibo una llamada de Nicolás. Estaba expectante como un chico:
- ¿Cómo anda mi amiga? ¿nos podremos ver el viernes que voy a BsAs? Tengo algo para darte. Necesito que nos veamos.
En ese momento una sensación un poco desagradable me recorrió el estomago, pero la hice a un lado. Se que soy una persona bastante prejuiciosa, y me contuve. Me repetí a mi misma: belén, es solo Nicolás.

Le dije que no podía ese viernes. Insistió. Que al menos quería pasar por mi casa a dejarme "eso". Finalmente accedí, diciendole que me iba a las 14.30 a cursar. Así, Nicolás pasó por mi depto (en aquel entonces estaba en Primera Junta) y me dejó una caja. Me acompañó hasta la facultad, sin antes hacerme prometer que dentro de dos semanas reiniciariamos nuestros paseos mensuales.

Esa noche, cuando llegué a mi casa, abrí la caja. Tenía un par de sandalías color crema hechas a mi medida. Eran hermosas. Una nota decía: por este 11 de septiembre (día de mi cumpleaños) que se nos pasó, para la sureña mas bonita de Capital.
Esta vez no pude controlar la sensación de escalofrío desagradable por todo el cuerpo. Esa noche lo llamé y le agradecí el regalo. Le dije que no sabía como pagarselo, que era demasiado (en su momento los zapatos que me había hecho me habían costado $500 porque el cuero era carísimo, era mucha guita).

Dos semanas después me llamó. Caminamos por Boedo como era nuestra costumbre, aunque estuve toda la tarde incómoda. Me enojaba sentirme asi, porque esos paseos eran de lo que más disfrutaba en mis cuasi solitarios días porteños.

La incomodidad pasó un poco cuando llegamos al Homero Manzzi. Me senté y pedí un submarino. El mozo, que ya nos conocía, nos trajo esos terrones de azucar que tanto me fascinaban. Estabamos hablando de la nada en realidad, cuando Nicolás cortó la conversación y se puso serio:

-  belén , tengo que decirte algo.
b: si, ¿que pasó?
- Te extrañé.
b: ...
- ¿Vos no?
b: uhm... si, o sea, un poco, pero bueno, allá es como mi lugar...
- Estuve pensando mucho...
b: ¿ajá?
- sí. Me pone contento tenerte acá.

Estiró una mano y me agarró la mía. En ese instante me paralicé. Le solté la mano y mirando hacia la mesa comencé a despedazar terrones y servilletas. No volví a mirarlo en lo que duró nuestra ultima charla.

- No quiero... no quiero asustarte..
b: no digas pavadas Nicolás.
- Yo estuve pensando mucho y te traje esto...

Saca un pimpollo de una rosa blanca y me lo acerca. Yo, aterrorizada, murmuro:

b: Nicolás...
- Escuchá,  belén . Yo estoy casado, pero hace mucho que entre Beatriz y yo no pasa nada, ¿me crees?
b: Nicolás, me estoy poniendo incómoda.
- Escuchame. Yo quería saber si vos no querías compartir conmigo, algun fin de semana. Yo tengo una quinta, podríamos ir para allá y... no se. Hacernos compañia.

Fue el momento mas incómodo de toda mi existencia. Súbitamente lo odié por hacerme sentir tan avergonzada, incómoda y estúpida. Por estropear algo tan bonito. Me aboqué a mi tarea de triturar servilletas con mas ahínico que nunca.

-  belén , escuchame. Podemos pasar unas noches. Mi mujer no me genera interés, ni emocional, ni sexual, ni nada. En cambio es como que desde que te conocí...

Como una autómata, me levanté.

b: Nicolás, disculpame. Yo me voy a ir.
- No, esperá. Espero no haberte ofendido, pero tenía que decirte esto...
b: no me ofendí. Ya fue, Nicolás. Que termines bien el día.

Salí disparada por la puerta, y Nicolás salió atrás mio.
Pensandolo en restrospectiva, debio haber sido algo incluso ridículo de ver, cuasi novelesco.
Llegué a la esquina y me subí al primer taxi que pasó. Las lágrimas empezaron a salirse a borbotones.

Me llamó al celular toda esa noche. Y durante 6 meses.

Nunca más lo atendí.

domingo, 9 de octubre de 2011

desvaríos/3

ayer a la noche nos miraba a todos y de repente pensé: mierda, cuanta soledad que hacemos entre toda esta gente.