Abrí
los ojos. Las estrellitas de luz fluorescente
que me había traído de EEUU antes de que nadie las tuviera (antes incluso de
que se pusiese de moda entre los ya-no-tan-pequeños escolares madrynenses)
titilaban su último aliento tras pasar toda la noche en vela. Desde la cocina
se oía la voz de Magdalena Ruiz Guiñazú enojada, como siempre parecía estarlo.
Cerré los ojos nuevamente, buscando
traspasar el sonido de la radio y su locutora, para ver que hacía. Esperé a que
apoyase la última taza sobre la mesa e intenté relajar la cara. Tenía miedo de que
se diese cuenta por el pequeño parpadeo inconsciente de las pupilas tras los
ojos cerrados. La puerta se abrió de golpe.
-
Mamina,
a levantarse.
La
rutina comenzaba. Hice un pequeño ruido
y, simulando estar entre-dormida, me di
vuelta. Ella sonrió y suavemente, mientras me palmeaba la cola, comenzó a
cantar.
-
Si
se mueve, flan flan. Si se mueve, flan flan. Es Ravana el más rico flan.
Dos
palmaditas más (el chan chan final del tango) y ya había vuelto a mimetizarse
con Magdalena en la cocina. Me senté en el borde de la cama y me arregle el pelo
con las manos. Tosí. Y tosí otra vez. Y otra.
Ofuscada
porque el estado del transito tapaba mi
performance, me levanté con un saltito de la cama y me acerqué al marco de la
puerta que separaba la habitación de la cocina, tosiendo otra vez. Por fin ella
se dio por aludida y soltó la pregunta
que esperaba: ¿te enfriaste?
Seguí
con mi papel al pie de la letra y murmuré que estaba bien. La resistencia era
necesaria si el plan quería tener éxito. La segunda reacción fue tan rápida que
incluso me sorprendió:
-
si
te sentís mal tomate la fiebre.
Haciendo
gruñidos exagerados, volví a la pieza y revolví dentro del cajón. Con un
movimiento rápido de mi mano acerqué el termómetro a la lamparita del velador,
y, tras esperar algunos segundos, me lo coloqué en la axila.
Al
rato, ella entró a la habitación y extendió la mano. Obediente, le di el
artefacto a la espera del veredicto.
-
Tenés
fiebre, te vas a tener que quedar en casa.
Puse
cara de circunstancia y alegué que tenía cosas que hacer en la escuela. Hoy
iban a dictar y a mi me encantaban los dictados porque la maestra me
felicitaba; era la única de 5to “A” que
sabía donde poner las haches. Y en casa me iba a aburrir.
-
Bueno,
no te preocupes. Si querés me podés leer algún libro en voz alta; como hacíamos
en primer grado con Dailan Kifki ¿te acordás?
Agarré
de la biblioteca Matilda y caminé
detrás de ella hacia la cocina. Me senté sobre la banqueta (mientras tosía
como al pasar) y la miré mientras terminaba de preparar las tostadas. Magdalena y
el ruido de la pava hirviendo llenaban el silencio.
De
pronto, ella se dió vuelta, y, mirándome divertida, soltó como al pasar:
-
¿Que
suerte que tenemos, no? Siempre te enfermás los jueves, el día en que no voy a
trabajar…
Algo nerviosa, me acomodé torpemente en la banqueta.
Tosí otra vez, compenetrada al cien por ciento en mi papel, y empecé a leer en voz alta: Sucede una cosa extraña con los padres. Aunque sus
hijos sean los seres más desastrosos de la tierra, ellos piensan que son
maravillosos...
oh,qué lindo.
ResponderEliminargracias ju. me gusto tu blog.
ResponderEliminarMe enternecio... fue como sentir, volver a verla...
ResponderEliminarTe quiero!
Agus
Sos muy tierna!
ResponderEliminarMe gusta eso de tu blog, genera a la vez carcajadas, ternura y esos momentos que te hacen decir "tal cual, me pasó o pensé o sentí lo mismo" :)
Besos linda!!
Excelente! Estoy adicto hoy. No puedo parar de leerte...
ResponderEliminargracias. me gustaría saber quien sos. ¿quién sos? nos conocemos?
Eliminarey!!
ResponderEliminarhabías hecho una imagen diferente de tu madre en post anteriores... pero ahora muestras una nueva cara de ella.
Intrigada.
Excelente tu blog.