Salí del teatro cagada
de frío. Se me había dado por comprarme uno de esos enteritos de jean tipo
short y strapless que están de moda. La moda siempre fue paralela a mí, ustedes
saben, no es algo con lo que me tope muy seguido. Pero ayer a la tarde pasamos
con Fernando por uno de esos localcitos escondidos y lo vi. Me lo probé y le
pregunté a Fernando su opinión. Él, con una sonrisa que quería ser cómplice, me
respondió:
- y, mirá, te queda como un salchichón.
Quién me conoce sabrá
que soy de las que se ofenden rápido. Inmediatamente abrí la cortina dispuesta
a vengarme del desalmáo y hacerle una escena. Miré a la vendedora y en un tono
que mezclaba a la vez capricho y diversión, le solté:
- me dijo que parezco un salchichón! Que
guacho!
La vendedora, no se si en su afán de vender o porque instintivamente decidió ponerse del lado de nuestro genero,
se río y me dijo que estaba divina. Yo, chocha. Imagínense que no hay nada que
me guste más que que me recuerden lo linda que soy.
Para variar, me lo puse ese mismo día, a la
noche. Mi mamá siempre se quejaba de que conmigo la ropa “de salir” no
existía. Si Belén se compraba algo tenía
que estrenárselo en ese mismo momento,
y, de ser posible, no sacárselo por tres
días. Los que me acompañan en esta cosa de existir hace ya varios años
recordarán mi vestidito rojo de gamuza... cuando me lo
compré, fue amor a primera vista. Mi vieja tenia que correrme por el jardín para
sacármelo y ponerlo a lavar, y se angustiaba porque yo lo usaba para todo : me lo ponía para ir a los cumpleaños, para jugar a “Dracula” y
para subirme a los árboles.
En fin. Como uno se pone viejo
pero las mañas siguen ahí, desprecié los nubarrones y la lluvia que se
avecinaban sobre BsAs y me puse mi nuevo enterito para ir al teatro. De más
esta decir que entendí mas pronto que tarde el terrible error que había
cometido. Se estaba poniendo fresco, y, no se bien porque, por la zona del obelisco
los ventarrones agarran mucha más fuerza. Igualmente cada vez que pasaba por un
espejo o vidriera metía la panza para adentro, me miraba y me sentía realizada. El tema fue cuando salimos. Típico de nosotros (un
nosotros que comprende a Fernando y a mi, en esta relación new age que genera sonrisitas entre
cómplices y extrañadas), fuimos a ver a Gasalla pero a la fila mas barata.
Somos tops, pero tampoco tanto.
Al final de la obra la típica calma
fernandina junto con el hecho de que el teatro
estuviese lleno (igual, tanto brillo y taco alto no hizo flaquear mi amor a mi
nuevo enterito) provocó que fuesemos los últimos en salir. Ni bien saqué la
trucha del teatro supe que me iba a congelar esperando el colectivo, asique lo
miré a Fernando y le dije:
- nos vamos en taxi, no
lo negocio.
Fernando con toda la
parsimonia asintió, y caminó con tranquilidad. Claramente es de esa gente que
piensa que el mundo lo espera, o que, simplemente, uno tiene que ir andando y
ya se verá. Convengamos que yo con un polar como el que él traía puesto también
hubiese pensado de forma tan zen (bueno, tal vez no)…pero me cagaba de frio y nunca me caractericé por mi paciencia. Fernando, sabiendo que
era su deber ser un caballero, me ofreció titubeante su polar. Conociendo su
baja tolerabilidad al fresco (y además porque no quería resignarme a tapar mi
bello enterito, claro está) se lo rechacé con un mohín que expresaba mi
creciente mal humor. Bruscamente traté de salirme del montón de gente que se
atropellaba por alcanzar uno de los pocos taxis que pasaban por corrientes a
las 2 am.
Fernando, siempre tan tranquilo él, se dispuso a esperar detrás de una
larga cola. Impaciente, y no de la mejor de las formas, le gruñí:
-
crucemos la calle, apurate.
Por el medio de la
avenida había logrado vislumbrar que venía un taxi, y estaba dispuesta a tomármelo aunque fuese lo último que hiciese, con o sin Fernando.
Increíblemente, logré
que el taxista frenara en el medio de la calle y nos subimos. Al resguardo del
frio la vida era mucho mas bella, asique me dispuse a desactivar mi mal humor. Sonriente,
le dije al taxista la dirección.
--
¿es esa la esquina de Avellaneda?
Un poco asombrada por
la ubicación del hombre asentí. Me apoltroné sobre el asiento trasero y miré a Fernando.
Me dispuse a iniciar una charla agradable sobre la obra que habíamos visto. Solo habíamos cruzado
unas pocas palabras cuando el taxista nos interrumpió:
- ¿la obra de Gasalla vieron? ¿que tal?
Pese a que hace seis
años que vivo en BsAs, todavía me cuesta adaptarme a esta situación tan porteña
en donde los desconocidos suelen iniciar charlas con gente como yo que aplicamos
instintivamente esas máximas de “cuidado, no hables con extraños”. Suspiré y, en
plan de ser tolerante, puse mi mejor sonrisa, intentando ser amable:
- estuvo bien, no se. Un poco verde, no
nos gusta el humor tan burdo.
El taxista asintió y
pareció darse por satisfecho. Acto seguido miré a Fernando intentando reiniciar
la charla, mientras el tipo cambiaba la canción que veníamos
escuchando y subía un poco, demasiado tal vez, el volumen. Mi intención de
ignorar al tachero no logró llegar a buen puerto, ya que me desconcertó que un
tipo de cincuenta y largos este escuchando el tema loca loca loca de Shakira.
Lo miré a Fernando divertida y le comenté:
-
¿viste? Al final dice: soy loca come
tigres, loca loca loca.
El tipo inmediatamente aumenta la voz,
buscando sobrepasar a una Shakira que cantaba bastante alto:
-
ahh, ¿dice eso? Yo escuchaba soy loca come
pibes y me decía a mi mismo: pero esta Shakira ya esta estrellada.
Dado que Fernando parecía decidido a no
responder y dejarme toda la responsabilidad del dialogo con el extaño a mí
(como hace siempre, bha) sonreí con esfuerzo otra vez y dije:
-
si, parece que dice come tigres, o como
un tigre, algo así. Yo antes pensaba que decía: soy loca convencida, pero se ve
que no.
El tipo lanzó una
carcajada un tanto histriónica, y de pronto se puso como contento. Supo
reconocer que le estaba dando un espacio y parecía dispuesto a no
desaprovecharlo. Era su momento, y casi sin darnos cuenta comenzó a monologar a
una velocidad increible:
--
Usté sabe, yo soy de una familia pobre
de la provincia, 19 hermanos tengo, o tenía, vaya a saber cuantos quedan ya.
Poooobres pobres, pobrísimos le diría. Tanto es así que imagínese que cuando
uno es pobre pobre como éramos nosotros la gente ricachona le regala la ropita,
¿vio? Esa ropita que no le sirve, y uno se la via a poner así, porque es pobre.
Pero tuve la desgracia, imagínese, de que yo le seguía a mi hermana, ¿vio?
Asique yo heredaba soleritos, vestiditos, esas cosas. En el barrio no podía ni
agacharme pá agarrar una moneda, ya que los muchachos se ponían cariñoso imagínese,
yo, la solerita, en fin, usté me entiende.
La
cara de asombro mezclada con terror de Fernando tras las declaraciones del hombre fue instantánea. A mi,
que de porteña tengo nada pero de buscar almas gemelas tengo mucho, y que se que en esta ciudad la gente anda
solita su alma, mas que en otros lares, me enterneció. Y a mí
cuando un tipo me da ternurita cagué, ya entré como vaca al matadero. De pronto
sentí que ese tipo y yo teníamos tan poco en común que estábamos hermanados
vaya a saber porque. Divertida, lo alenté a seguir con un monologo que parecía
ensayado frente al espejo del baño:
-
¿ah si? – dije muy seria. – Y, es que es
fiero ser pobre.
- Claro m´hija. Además imagínese, pobre y
negro, y bastante bruto. Que nada, una vez me rompí un dedo, fíjese, el de
fakiu este que tengo acá, ¿lo ve? Duro lo tengo. Resulta que fui al dotor y me
dijo: mire, más que enseyarselo, le voy a dar una cremita que se lo va a dejar
durito durito. Y yo: ah que bueno dotor,
que lo que menos quiero es un dedo enyesado, que ni daba. Cuestión que le
cuento a mi abuelo, ¿vio? Que vivíamos todos juntos en la casa grande, y el
abuelito me dice enseguidita que si le prestaba un poco de esa crema, el me
daba diez pesos. Imagínese que diez pesos para mi era la lotería, asique ahí se
la lleve a la crema. Cuestión que a la mañana siguiente el abuelo se me aparece
con $30. Y yo siempre fui de fiar, fíjese, que le dije: pero no abuelito, que
eran 10 no 30. A lo que el viejo me respondió: ah, si m´hijto, el resto se lo
manda la abuela.
Hizo una pausa, como esperando
los aplausos. O tal vez para respirar, que se yo. Fernando seguía con los ojos
como platos, asique me reí un poco mas de lo que ese chiste tan viejo y predecible podía causarme, intentando que el silencio de la mitad de su
publico no se note tanto. Contento con el resultado, contraatacó:
- Porque los viejos son así, ¿vio? No se
mueren si no quieren morirse. Mírele que yo la única desgracia por la que me
quejo en la vida es la de la suegra que me toco. La vieja no es mala, no, pero
si muy desagradecida. Fijate que hace un par de años que le compré un nicho en
la Recoleta, ¿vio? Que bien caro me salió, y la vieja ni quiere usarlo, eso no
se hace, no no no.
Impresionada, sonreí
otra vez, esta vez acompañada de la sincera carcajada de Fernando. El tipo me
miraba por el espejito retrovisor y yo sabia que él sabia que ya estaba, que ya
me había ganado, y que ya no podría cortarle la conversación. Admitiendo mi
derrota, comenté como al pasar, debido a que en ese momento sonaba “La bomba loca”, de Cordera:
– que música alegre que tenés
- ah si, ¿vio? Es que la idea es que la
gente se lleve algo del taxi, y no que solo le duelan los bolsillos al bajar.
De pronto miré al asiento que tenía enfrente y me di cuenta de que la dentificación del conductor que suelen tener
todos los taxis porteños no estaba. Se me erizaron los pelitos del brazo.
En un segundo imágenes de nuestros
órganos metidos en bolsitas de plástico en un freezer de algún pueblito
bonaerense con Shakira de fondo inundaron mis pensamientos (tengo esa costumbre belenistica tan sana de pensar siempre primero que me va a ocurrir lo peor). Igualmente me alivió el hecho de no haberme subido sola al taxi
(no porque Fernando sea de lo más macho; sino porque simplemente una muerte tan
terrible a solas no me hacía demasiado gracia), y lo agarré de la mano. El
apretón que me pegó Fernando fue de total entendimiento. Nos preparamos a
enfrentar, valerosos, lo que viniese. Nerviosa, miré la calle por la que
transitábamos: Medrano. Que el camino que el taxista había elegido para
llevarnos a casa no fuese el habitual aumentó mi nerviosismo. Sin embargo, haciendo
gala de mi sangre fría, intenté mantener la conversación.
- esta canción, la de Cordera, me gusta
mucho – dije, sintiendo que mis palabras sonaban bastante estúpidas.
El tipo asintió.
- hay que animar,
ustedes saben. Igual, es difícil. A la noche por BsAs sube gente muy extraña. Voy a poner los seguros.
El sonido metálico de
los cuatro pituquines bajando a la vez hizo que la atmósfera se volviera
repentinamente más pesada.
Haciendo un razonamiento ilógico, me tranquilicé pensando que había música. Inmediatamente asocié la
imagen con la película “El resplandor”. Mientras haya música nada malo iba a suceder. El tipo continuó:
- he visto cada cosa che. Yo soy viejo,
soy del campo y encima policía, imagínese usté tantas cosas a la vez. Es
difícil.
La palabra policía me
erizó la piel. Cerré los ojos y los volví a abrir. Hay música,
belén , me dije. Decí algo ya:
- claro, me imagino...
- si, si. Ni te cuento. Igual nada,
trabajo ahora en el taxi porque me abrieron una causa. Era del servicio de
inteligencia, custodié a vice presidentes, pero nada. Hace poquito tiempo un chorro
entró a casa a los balazos, y me mataron a mi mujer y a mi hijo. Y yo lo maté,
al tipo. Y me abrieron la causa. Viste como es esto.
El silencio que siguió
rayó lo insoportable, como un ruido persistente y agudo que se eterniza en
nuestros oídos. Me miró a los ojos por el retrovisor, y mantuvo el silencio,
como esperando.
Mi cabeza iba a mil por
hora. Miré a Fernando, con cara de espanto, y supe que él no iba a decir nada.
Busque alguna palabra, algo que quebrara ese silencio insoportable, pero no,
la nada misma.
- se quedaron helados – dijo
decepcionado – Nada, asique ahora el tacho, viste. Me distraigo. Dos veces puse
el arma sobre la mesita de luz, pero no pude. Y si no pude debe ser
porque tengo que seguir.
Me miró otra vez por el
espejito retrovisor. Lo único que supe hacer fue mirarlo fuerte. No
podría decirles como se hace eso, pero estoy segura de que lo intenté.
Repentinamente dobló
por una calle, y cayó en la puerta de casa. Fernando pagó, y le deseo buena noche
mientras casi que literalmente corría fuera del auto. Yo, todavía inhabilitada
para hablar, lo miré unos segundos. Le toqué el hombro y haciendo un esfuerzo
sobre humano, medio que balbucié:
-
fuerza che.
Me miró una última vez por
el espejo retrovisor mientras guardaba la plata y musitó:
-
gracias m´hijita. Vos también. Se que la
necesitas.