me miró fijo, durante muchos minutos.
me ponía nerviosa su mirada sobre mi. tal vez porque no sabía que estaba pensando. por qué me miraba así. que estaba viendo que no podía ver yo.
yo no quería parpadear. aguanté en silencio lo más que pude. pero no me aguanté mucho.
no soy de esa gente que aguanta. soy de esa gente que explota.
aguantar, tener paciencia, esperar, no fueron nunca atributos que tuvieron calce en mi personalidad. la ansiedad me carcome porque quiero solucionar todo ya. delimitar todo ya. definir todo ya.
aguanté todo lo que pude, que no fue mucho.
y parpadié.
y ahí ya está.
porque hacer el primer parpadeo es darle rienda suelta a la ansiedad. como mandar un msj cuando sabías que no tenías que mandarlo, como escupir palabras que sabías que no tenían que salir de tu boca pero salen de pronto porque la incontinencia es peor cuando dejas salir la primera. la primer palabra. el primer mensaje. el primer parpadeo. la primer muestra del no control.
y parpadié una vez.
y después otra.
y detrás vinieron más.
como si ocultar mis ojos detrás de las pestañas me protegiera de esa mirada limpia, fresca, que me miraba fijo, que me miraba adentro.
y mi incontinencia, esta vez no de palabras, sino de parpadeos, se hizo ridicula.
parpadeaba aunque no lo necesitara, rapidamente, cada dos segundos, uno tras otro. sabía que tenía que dejar de parpadear pero no podía.
él me agarró la cara con las dos manos, me acuerdo. me agarró fuerte. los dedos de sus manos grandes me presionaron el cuello y encontré esa sensación agradable. no me acarició, solo tomó mi cara entre sus manos y yo sentí que ahí estaba, de pronto. lo vi.
lentamente el parpadeo se normalizó.
pero el seguía mirandome, fijo. el no parpadeaba. nunca.
cerre fuerte los ojos durante unos segundos y los abrí, totalmente decidida a no volver a parpadear, aunque fuese para resguardar mi dignidad.
y entonces me lo dijo.
siempre estás tan triste, belén. tan. y te juro que nunca entendí por qué.
recuerdo que me paralicé.
me sentí tan desnuda de pronto. tan obvia. tan patética y desarmada. tan expuesta.
que alguien con tan poca capacidad emotiva y empatía se diese cuenta tan fácilmente de lo que yo tanto quería disimular implicaba que era tan tonta, tan trasparente. en ese instante se me curzó p.- diciendome, tras una discusión, que a mi todo lo que ellos me querían no me bastaba nunca, y que era desesperante verme andar por la vida con las tripas para afuera, a la vista de todo el mundo. apreté los dientes.
si el veía que yo estaba tan triste, siempre, entonces todos lo veían, pese a mis parpadeos continuos, a mis movimientos ansiosos, a mis sonrisas a medias, a las palabras que brotaban a borbotones por mi boca.
los ojos se me cristalizaron repletos de agua, pero no cayó ni una gota, nada. porque esta vez no parpadié.
el agua quedó ahí. estancada. lo veía borroso, pero ya no me importaba.
la presión de sus dedos fue mas fuerte.
supe que el, que era tan feliz, siempre, en su negación inconciente, y yo, en mi tristeza consumada e inexplicable, en mi melancólica soledad, no teníamos nada que ver.
no tenía que ver con cariño, había mucho.
tenía que ver con la desesperación que había en mi parpadeo irregular. nada podía hacer ante su mirada limpia y sencilla, ante su felicidad absoluta e inapelable.
esa era la palabra: su felicidad era inapelable. tan inalcanzable.
siempre lo envidié.
estar con el me hacía bien. su liviandad me ayudaba a emerger de mis melancolias inexplicables. me contagiaba.
siempre quise poder ser como él.
quizá su último acto de amor fue el esfuerzo que le debe haber implicado, tan cuadrado, tan estructurado en su felicidad prefabricada con brillos de cotillón, entender que mi tristeza era tan profunda, tan mia, tan de siempre, que el, por más que me mirara todo el tiempo, a todas horas, por más que tomara mi cara para que yo viese que el estaba ahí, por más que sus dedos me presionaran para que yo lo sintiese tan cerca, estaba muy lejos.
como un mantra, suelo repetir su añejo descubrimiento cuando creo necesario explicarme,
es que estoy siempre tan triste. tan. y te juro que todavía... todavía no se por qué.
me ponía nerviosa su mirada sobre mi. tal vez porque no sabía que estaba pensando. por qué me miraba así. que estaba viendo que no podía ver yo.
yo no quería parpadear. aguanté en silencio lo más que pude. pero no me aguanté mucho.
no soy de esa gente que aguanta. soy de esa gente que explota.
aguantar, tener paciencia, esperar, no fueron nunca atributos que tuvieron calce en mi personalidad. la ansiedad me carcome porque quiero solucionar todo ya. delimitar todo ya. definir todo ya.
aguanté todo lo que pude, que no fue mucho.
y parpadié.
y ahí ya está.
porque hacer el primer parpadeo es darle rienda suelta a la ansiedad. como mandar un msj cuando sabías que no tenías que mandarlo, como escupir palabras que sabías que no tenían que salir de tu boca pero salen de pronto porque la incontinencia es peor cuando dejas salir la primera. la primer palabra. el primer mensaje. el primer parpadeo. la primer muestra del no control.
y parpadié una vez.
y después otra.
y detrás vinieron más.
como si ocultar mis ojos detrás de las pestañas me protegiera de esa mirada limpia, fresca, que me miraba fijo, que me miraba adentro.
y mi incontinencia, esta vez no de palabras, sino de parpadeos, se hizo ridicula.
parpadeaba aunque no lo necesitara, rapidamente, cada dos segundos, uno tras otro. sabía que tenía que dejar de parpadear pero no podía.
él me agarró la cara con las dos manos, me acuerdo. me agarró fuerte. los dedos de sus manos grandes me presionaron el cuello y encontré esa sensación agradable. no me acarició, solo tomó mi cara entre sus manos y yo sentí que ahí estaba, de pronto. lo vi.
lentamente el parpadeo se normalizó.
pero el seguía mirandome, fijo. el no parpadeaba. nunca.
cerre fuerte los ojos durante unos segundos y los abrí, totalmente decidida a no volver a parpadear, aunque fuese para resguardar mi dignidad.
y entonces me lo dijo.
siempre estás tan triste, belén. tan. y te juro que nunca entendí por qué.
recuerdo que me paralicé.
me sentí tan desnuda de pronto. tan obvia. tan patética y desarmada. tan expuesta.
que alguien con tan poca capacidad emotiva y empatía se diese cuenta tan fácilmente de lo que yo tanto quería disimular implicaba que era tan tonta, tan trasparente. en ese instante se me curzó p.- diciendome, tras una discusión, que a mi todo lo que ellos me querían no me bastaba nunca, y que era desesperante verme andar por la vida con las tripas para afuera, a la vista de todo el mundo. apreté los dientes.
si el veía que yo estaba tan triste, siempre, entonces todos lo veían, pese a mis parpadeos continuos, a mis movimientos ansiosos, a mis sonrisas a medias, a las palabras que brotaban a borbotones por mi boca.
los ojos se me cristalizaron repletos de agua, pero no cayó ni una gota, nada. porque esta vez no parpadié.
el agua quedó ahí. estancada. lo veía borroso, pero ya no me importaba.
la presión de sus dedos fue mas fuerte.
supe que el, que era tan feliz, siempre, en su negación inconciente, y yo, en mi tristeza consumada e inexplicable, en mi melancólica soledad, no teníamos nada que ver.
no tenía que ver con cariño, había mucho.
tenía que ver con la desesperación que había en mi parpadeo irregular. nada podía hacer ante su mirada limpia y sencilla, ante su felicidad absoluta e inapelable.
esa era la palabra: su felicidad era inapelable. tan inalcanzable.
siempre lo envidié.
estar con el me hacía bien. su liviandad me ayudaba a emerger de mis melancolias inexplicables. me contagiaba.
siempre quise poder ser como él.
quizá su último acto de amor fue el esfuerzo que le debe haber implicado, tan cuadrado, tan estructurado en su felicidad prefabricada con brillos de cotillón, entender que mi tristeza era tan profunda, tan mia, tan de siempre, que el, por más que me mirara todo el tiempo, a todas horas, por más que tomara mi cara para que yo viese que el estaba ahí, por más que sus dedos me presionaran para que yo lo sintiese tan cerca, estaba muy lejos.
como un mantra, suelo repetir su añejo descubrimiento cuando creo necesario explicarme,
es que estoy siempre tan triste. tan. y te juro que todavía... todavía no se por qué.
Yo soy así. Pelotudamente feliz
ResponderEliminarDicen que la ignorancia es el secreto de la felicidad, pero los que no nos resignamos a la simpleza y necesitamos entender la cosa se pone mas jodida no?.
ResponderEliminarDesde lo literario impecable como siempre.
Saludos